Black bird singing in the death of night
take this broken wings and learn to fly
All your life, you were only waiting for this moment to arise
Black bird singing in the death of night
take this sunken eyes and learn to see
All your life, you were only waiting for this moment to be free
Black bird fly
Black bird fly
Into the light of the dark black night
Black bird fly
Black bird fly
Into the light of the dark black night
Black bird singing in the death of night
take this broken wings and learn to fly
All your life, you were only waiting for this moment to arise
All your life, you were only waiting for this moment to arise
you were only waiting for this moment to arise
you were only waiting for this moment to arise
The Beatles!
Far away, across the field
the tolling of the iron bell
calls the faithful to their knees
to hear te softly spoken magic spells
Pink Floyd, time
martes, junio 27, 2006
lunes, junio 26, 2006
Un relato
Contaré una pequeña historia, sin mayores pretensiones literarias. Se trata de un cuento corto sobre un adolecente, que aún no tiene final, y no lo tendrá en mucho tiempo, pero avanzará de a poquitos:
- Ese día cuando me levanté pensaba ir a Manhatan.
Despues de hacer locha por dos o tres horas me levanté, en un cuarto en el que las persianas no tapaban el sol de verano cubierto por nubes húmedas en un pueblo de Nueva Jersey.
Tomé una ducha. Agua tibia. Me vestí con la misma ropa que usé todo el viaje y miré los horarios de los buses. Decidí entrar a internet buscando un correo de mi mamá desde México. Nada. El único correo nuevo en la bandeja de entrada del MSN Hotmail era un virus mandado sin consentimiento previo por una ankatalinan, alguien quien no conocí. Sin embargo me quedé en Internet. Miré las noticias: "El presidente piensa declarar el estado de conmosión interior". Y para qué, pensé. A él, como a mí, le quedaba muy poco tiempo donde está.
Rosario has just signed in, apareció un mensaje en la esquina de la pantalla. La historia de Rosario es complicada. Es, al menos, una difícil de olvidar.
La conocí hace casi 10 años. Yo estaba sentado en mi pupitre del colegio, en Suba, en la sabana de Bogotá. Yo esperaba que un tornado arrasara todo el bloque de salones sonde quedaba el octavo grado, y todo mi presente desapareciera, así no más.
Llevaba tres meses asistiendo todas las madrugadas a ese colegio. Peeeep Peeeep, sonaba un ruido espantoso en el despertador que indicaba que el hermoso sueño que estaba teniendo , en el que regresaba a mi antiguo colegio, era falso. Era hora de levantarse, 5:00 a.m., hora Gaviria, 4:00 a.m. hora terrestre. todo oscuro, todos dormían, hasta los perros. No desayunaba; prefería guardar los 15 minutos que me tomaba preparar algo y comerlo para un cuarto de hora más de sueño. Pasadas las 5 a.m. era de noche. Yo salía de mi casa, todavía con los sueños vivos en la cabeza, y me sentaba a ver cómo se prendían las luces de los más madrugadores y yo ya me preparaba para otra jornada de sufrimiento adolecente. Pasaba una camioneta y me recogía. Adentro sólo estaba una señora con una bata blanca y el conductor. Buenos días, decían. Qué tienen de buenos?, pensaba. Buenos días, respondía. A partir de mañana te recogemos una cuadra más al norte, espero que no te moleste. La mujer de blanco había hablado, y si no te gusta pues qué le hacemos. Son órdenes.
Una tarde, después de llegar a mi casa, decidí dejar de ponerme el usual hielo en la espalda para enfermarme y no tener que ir al colegio, y dejar las tizas bajo la lengua que nunca me enfermaron más que un guayabo cada mañana. Cuando llegó mi mamá yo casi lloraba. Le dije que no aguantaba más ese infierno.
- Me parece muy bien que me lo hayas dicho.
- Má, no quiero seguir con esto.
- Mañana hablamos con la directora y le decimos que decidite repetir el año.
¿Qué? ¿Yo decidí eso? Eso no era lo que yo quería, pero no me atrví a decírselo a mi mamá. No hablamos más, hasta el lunes siguiente, en la oficina de la directora.
Creo que es lo mejor - respondió la loca de la directora. Juancho es un buen muchacho, y es lo mejor que empiece de nuevo para que no se sienta menos que sus compañeros. Y en ese momento sucedió lo peor, la loca tuvo una idea. Creo que Juancho podría asistir a las clases con los compañeros con los que repetirá el octavo grado el próximo año, desde ya!. Qué mierda, uno puede repetir un año sin problema, eso no me importaba. Pero entrar nuevo a un colegio tan pequeño, y tres meses después pasar de octavo, en el bloque de bachillerato, a séptimo, en el otro bloque era una catástrofe.
La gente de séptimo no era tan insoportable como en octavo. Incluso, el día que llegué al salón con tos de perro debido a los hielos en la espalda, algunos se acercaron y me hablaron. De qué equipo es hincha, preguntaban, millonarios es una basura, jeje, que bien. No se me acerquen, no les quiero hablar, éste es el peor día de mi vida. Si estuviera en el anterior colegio millonarios estaría bien, yo estaría bien, y el beeeep de cada mañana sería reemplazado por, al menos, un grito afanado de mi mamá, a una hora descente de la mañana, y sería un día lleno de música.
Séptimo terminó sin mayores acontecimientos. Creo que perdí todas las materias, pero no importa, uno no puede perder un año al que llegó después de perder uno superior. El año siguiente empezó bien. Ya hablaba con algunas personas, y estaba en la clase de inglés avanzado, con la gente de ambos octavos que no era montadora, desquisiada, agresiva o demente. Yo conocía a las niñas de once, eso estaba bien. Durante el año estuve siempre al lado de Pablito, un niño bastante mimado, y su amigo, Andrés. Ellos me hablaban, podía hacerme con ellos en los trabajos en grupo, y eso estaba bien. En ocasiones hablaba con Verónica, una mujer que era en sí misma un encanto. Una amiga ocasional. Con ella reía. Eso estaba bien.
A mitad de año teníamos que asistir a una obra de teatro. Para poder entablar una conversación con mis compañeros, todos catorceañeros, niños malos, con barros y frenillos, los que si uno les cae bien la vida en el colegio se hace más fácil, les dije - Uy! casi me coge el profesor fumando allá afuera -. Oh!, él fuma, es un niño grande, ahora nos cae bien. Nunca en la vida había tenido un cigarrillo en mis manos o en la boca.
Mi mamá fumaba. Mi padrastro fumaba. Mi hermano fumaba. Yo no. Un sábado de esos que en todos se iban de la casa, saqué un cigarrillo Marlboro de una cajetilla que mi padrastro había dejado descuidada. Mi primer miedo era que se diera cuenta que faltaba uno, pero salieron de la casa y nadie dijo nada. Entré al baño del primer piso con el cigarrillo y un encendedor. Las manos y las piernas me temblaban. Llevé el cigarrillo a la boca y lo prendí, inhalé el humo hasta tenerlo sobre la lengua y lo expulsé. No tosí, no se me llenaron de lágrimas los ojos, no sabía mal. Había aprendido a fumar, sin la ayuda de nadie, y el día en que alguno de los chicos malos de la clase me pasara un cigarrillo podría inhalarlo y no pasaría un ridículo mayor.
A partir de ese día, cuando íbamos a fiestas, en taxi, hasta las 12:00 y sin tomar trago, salía con los chicos malos a fumar, en frente de las porterías de los edificios estrato 7 en los que vivían las niñas que cumplían 14 y hacían sus fiestas con los padres pasando galletas y mirando las caras de los que podían en algún momento ser una mala influencia para sus hijitas. Todos hacíamos lo mismo: bajábamos, predíamos un cigarrillo, inhalábamos el humo sólo hasta la boca y lo botábamos, reíamos y nos jurábamos lo mejor.
Un día un compañero, Juan Sebastián, fue a mi casa. Teníamos que estudiar matemáticas. Él me caía bien por que era nuevo como yo. Él venía de un colegio de alemanes, y ni siquiera ése era peor de cárcel que en el que habíamos caído los dos. Cuando llegó abrimos dos cervezas. Claro, yo ya hacía parte de los niños malos, yo fumaba. Era hora de estudiar matemáticas, tomar cerveza y fumar. Cuando salimos a comprar cigarrillos, Juan Sebastián me dijo que me iba a enseñar a fumar bien, que como yo lo hacía no estaba fumando, y que se veía como mal. Me dijo que hiciera lo que ya sabía hacer, y cuando lo tuviera en la boca dijera mamá hacia adentro. - MAMA -, la bocanada de humo entró por mi garganta, llegó a mis pulmones. Después el mundo se tambaleó, mis ojos se cerraron. Me dijo que así era como se hacía. Si hubiera estado solo habría intentado toser, pero yo era un chico malo, y no tenía porqué hacer caras.
En esas se acabó el año. Yo ya hacía parte de los círculos sociales más activos del curso. Había conocido a las niñas y me invitaban a sus fiestas. Ya se tomaba cerveza, se fumaba correctamente y si alguna niña se acercaba había que hacerle chistes y montársela, reírse y sentirse bien de pertencer a tan exclusivo ambiente adolecente. Así fue que apareció Rosario. ella era una niña del otro curso, pelo mono largo, ojos verdes claros, cara de muñeca. No era una boba como las amigas, y le gustaban los grupos de música que a mí me gustaban. Nunca hablé en serio con ella, mientras estuve en ese colegio. Ella era la traga de José, un compañero del que empezaba a hacerme amigo.
Teníamos que ir a la casa de José a adelantar el cuaderno de matemáticas. Ese día estábamos José, Juan Sebastián y yo. A José lo había rechazado otra niña más la semana pasada. Yo no sabía, pero el plan no era solo estudiar matemáticas. Juan Sebastián le había dicho a José que le tenía la solución para eso. Que se fumara un porrito, y ya, todo estaba bien. José le respondió que claro, que él lo hacía todo el tiempo, desde chiquito y que no había ningñun problema porque el papá mantenía marihuana en la mesa de noche.
En la casa de Jose nos sentamos un rato con los cuadernos de matemáticas. Después Jose desapareció en el segundo piso del apartamento y bajó corriendo. ¿Esto será suficiente?, preguntó Jose a Juan Sebastián. Eso está bien, respondió. Yo veía todo eso, y me latía el corazón a mil, y yo no podía quedar mal, yo era un niño malo como los demás, y no podía parecer un tonto que no había fumado nunca.
Bajamos al parque. Juan Sebastián armó el porro en un cigarrillo malrboro desocupado, con filtro. ¿Quiere?, me preguntó. Claro, de donde yo vengo fumamos todos los días, je, le dije.
Nos fumamos ese cigarrillo. Fue suficiente para que los tres tuviéramos una cara de pastel y nos paseáramos por el parque como si estuviéramos en una película, como si pesáramos mucho menos, como si tuiviéramos que pilotearla porque pasaba alguien por ahí. Subimos de nuevo al apartamento. Nos sirvieron ajiaco. Jajaja. Jajaja. Jajaja. Todo era muy, muy gracioso. Juan Sebastián hacía caras. Yo me reía. Y José estaba muy preocupado de estar en su propia casa, trabado, con su madrasta, su papá y la visita, una pareja de amigos del papá. sonó el teléfono, era mi mamá.
- ¿Cómo estás hijo?
- Muy bien madre, ajajaja.
- ¿De qué te ríes?
- De nada madre, jajajaja
- ¿Te vas a quedar allá?
- Sí, jaja
- ¿Estás bien?
- Sí madre, estoy bien.
Esa semana se acabó el colegio. Viernes en la casa de Jose.
- ¿Le puede sacar otro poquito a su papá?
- Yo creo, espere.
Otro porro, jajaja. Al día siguiente concierto de Aterciopelados y Soda Stereo. Otro porro.
Jajaja.
- Ese día cuando me levanté pensaba ir a Manhatan.
Despues de hacer locha por dos o tres horas me levanté, en un cuarto en el que las persianas no tapaban el sol de verano cubierto por nubes húmedas en un pueblo de Nueva Jersey.
Tomé una ducha. Agua tibia. Me vestí con la misma ropa que usé todo el viaje y miré los horarios de los buses. Decidí entrar a internet buscando un correo de mi mamá desde México. Nada. El único correo nuevo en la bandeja de entrada del MSN Hotmail era un virus mandado sin consentimiento previo por una ankatalinan, alguien quien no conocí. Sin embargo me quedé en Internet. Miré las noticias: "El presidente piensa declarar el estado de conmosión interior". Y para qué, pensé. A él, como a mí, le quedaba muy poco tiempo donde está.
Rosario has just signed in, apareció un mensaje en la esquina de la pantalla. La historia de Rosario es complicada. Es, al menos, una difícil de olvidar.
La conocí hace casi 10 años. Yo estaba sentado en mi pupitre del colegio, en Suba, en la sabana de Bogotá. Yo esperaba que un tornado arrasara todo el bloque de salones sonde quedaba el octavo grado, y todo mi presente desapareciera, así no más.
Llevaba tres meses asistiendo todas las madrugadas a ese colegio. Peeeep Peeeep, sonaba un ruido espantoso en el despertador que indicaba que el hermoso sueño que estaba teniendo , en el que regresaba a mi antiguo colegio, era falso. Era hora de levantarse, 5:00 a.m., hora Gaviria, 4:00 a.m. hora terrestre. todo oscuro, todos dormían, hasta los perros. No desayunaba; prefería guardar los 15 minutos que me tomaba preparar algo y comerlo para un cuarto de hora más de sueño. Pasadas las 5 a.m. era de noche. Yo salía de mi casa, todavía con los sueños vivos en la cabeza, y me sentaba a ver cómo se prendían las luces de los más madrugadores y yo ya me preparaba para otra jornada de sufrimiento adolecente. Pasaba una camioneta y me recogía. Adentro sólo estaba una señora con una bata blanca y el conductor. Buenos días, decían. Qué tienen de buenos?, pensaba. Buenos días, respondía. A partir de mañana te recogemos una cuadra más al norte, espero que no te moleste. La mujer de blanco había hablado, y si no te gusta pues qué le hacemos. Son órdenes.
Una tarde, después de llegar a mi casa, decidí dejar de ponerme el usual hielo en la espalda para enfermarme y no tener que ir al colegio, y dejar las tizas bajo la lengua que nunca me enfermaron más que un guayabo cada mañana. Cuando llegó mi mamá yo casi lloraba. Le dije que no aguantaba más ese infierno.
- Me parece muy bien que me lo hayas dicho.
- Má, no quiero seguir con esto.
- Mañana hablamos con la directora y le decimos que decidite repetir el año.
¿Qué? ¿Yo decidí eso? Eso no era lo que yo quería, pero no me atrví a decírselo a mi mamá. No hablamos más, hasta el lunes siguiente, en la oficina de la directora.
Creo que es lo mejor - respondió la loca de la directora. Juancho es un buen muchacho, y es lo mejor que empiece de nuevo para que no se sienta menos que sus compañeros. Y en ese momento sucedió lo peor, la loca tuvo una idea. Creo que Juancho podría asistir a las clases con los compañeros con los que repetirá el octavo grado el próximo año, desde ya!. Qué mierda, uno puede repetir un año sin problema, eso no me importaba. Pero entrar nuevo a un colegio tan pequeño, y tres meses después pasar de octavo, en el bloque de bachillerato, a séptimo, en el otro bloque era una catástrofe.
La gente de séptimo no era tan insoportable como en octavo. Incluso, el día que llegué al salón con tos de perro debido a los hielos en la espalda, algunos se acercaron y me hablaron. De qué equipo es hincha, preguntaban, millonarios es una basura, jeje, que bien. No se me acerquen, no les quiero hablar, éste es el peor día de mi vida. Si estuviera en el anterior colegio millonarios estaría bien, yo estaría bien, y el beeeep de cada mañana sería reemplazado por, al menos, un grito afanado de mi mamá, a una hora descente de la mañana, y sería un día lleno de música.
Séptimo terminó sin mayores acontecimientos. Creo que perdí todas las materias, pero no importa, uno no puede perder un año al que llegó después de perder uno superior. El año siguiente empezó bien. Ya hablaba con algunas personas, y estaba en la clase de inglés avanzado, con la gente de ambos octavos que no era montadora, desquisiada, agresiva o demente. Yo conocía a las niñas de once, eso estaba bien. Durante el año estuve siempre al lado de Pablito, un niño bastante mimado, y su amigo, Andrés. Ellos me hablaban, podía hacerme con ellos en los trabajos en grupo, y eso estaba bien. En ocasiones hablaba con Verónica, una mujer que era en sí misma un encanto. Una amiga ocasional. Con ella reía. Eso estaba bien.
A mitad de año teníamos que asistir a una obra de teatro. Para poder entablar una conversación con mis compañeros, todos catorceañeros, niños malos, con barros y frenillos, los que si uno les cae bien la vida en el colegio se hace más fácil, les dije - Uy! casi me coge el profesor fumando allá afuera -. Oh!, él fuma, es un niño grande, ahora nos cae bien. Nunca en la vida había tenido un cigarrillo en mis manos o en la boca.
Mi mamá fumaba. Mi padrastro fumaba. Mi hermano fumaba. Yo no. Un sábado de esos que en todos se iban de la casa, saqué un cigarrillo Marlboro de una cajetilla que mi padrastro había dejado descuidada. Mi primer miedo era que se diera cuenta que faltaba uno, pero salieron de la casa y nadie dijo nada. Entré al baño del primer piso con el cigarrillo y un encendedor. Las manos y las piernas me temblaban. Llevé el cigarrillo a la boca y lo prendí, inhalé el humo hasta tenerlo sobre la lengua y lo expulsé. No tosí, no se me llenaron de lágrimas los ojos, no sabía mal. Había aprendido a fumar, sin la ayuda de nadie, y el día en que alguno de los chicos malos de la clase me pasara un cigarrillo podría inhalarlo y no pasaría un ridículo mayor.
A partir de ese día, cuando íbamos a fiestas, en taxi, hasta las 12:00 y sin tomar trago, salía con los chicos malos a fumar, en frente de las porterías de los edificios estrato 7 en los que vivían las niñas que cumplían 14 y hacían sus fiestas con los padres pasando galletas y mirando las caras de los que podían en algún momento ser una mala influencia para sus hijitas. Todos hacíamos lo mismo: bajábamos, predíamos un cigarrillo, inhalábamos el humo sólo hasta la boca y lo botábamos, reíamos y nos jurábamos lo mejor.
Un día un compañero, Juan Sebastián, fue a mi casa. Teníamos que estudiar matemáticas. Él me caía bien por que era nuevo como yo. Él venía de un colegio de alemanes, y ni siquiera ése era peor de cárcel que en el que habíamos caído los dos. Cuando llegó abrimos dos cervezas. Claro, yo ya hacía parte de los niños malos, yo fumaba. Era hora de estudiar matemáticas, tomar cerveza y fumar. Cuando salimos a comprar cigarrillos, Juan Sebastián me dijo que me iba a enseñar a fumar bien, que como yo lo hacía no estaba fumando, y que se veía como mal. Me dijo que hiciera lo que ya sabía hacer, y cuando lo tuviera en la boca dijera mamá hacia adentro. - MAMA -, la bocanada de humo entró por mi garganta, llegó a mis pulmones. Después el mundo se tambaleó, mis ojos se cerraron. Me dijo que así era como se hacía. Si hubiera estado solo habría intentado toser, pero yo era un chico malo, y no tenía porqué hacer caras.
En esas se acabó el año. Yo ya hacía parte de los círculos sociales más activos del curso. Había conocido a las niñas y me invitaban a sus fiestas. Ya se tomaba cerveza, se fumaba correctamente y si alguna niña se acercaba había que hacerle chistes y montársela, reírse y sentirse bien de pertencer a tan exclusivo ambiente adolecente. Así fue que apareció Rosario. ella era una niña del otro curso, pelo mono largo, ojos verdes claros, cara de muñeca. No era una boba como las amigas, y le gustaban los grupos de música que a mí me gustaban. Nunca hablé en serio con ella, mientras estuve en ese colegio. Ella era la traga de José, un compañero del que empezaba a hacerme amigo.
Teníamos que ir a la casa de José a adelantar el cuaderno de matemáticas. Ese día estábamos José, Juan Sebastián y yo. A José lo había rechazado otra niña más la semana pasada. Yo no sabía, pero el plan no era solo estudiar matemáticas. Juan Sebastián le había dicho a José que le tenía la solución para eso. Que se fumara un porrito, y ya, todo estaba bien. José le respondió que claro, que él lo hacía todo el tiempo, desde chiquito y que no había ningñun problema porque el papá mantenía marihuana en la mesa de noche.
En la casa de Jose nos sentamos un rato con los cuadernos de matemáticas. Después Jose desapareció en el segundo piso del apartamento y bajó corriendo. ¿Esto será suficiente?, preguntó Jose a Juan Sebastián. Eso está bien, respondió. Yo veía todo eso, y me latía el corazón a mil, y yo no podía quedar mal, yo era un niño malo como los demás, y no podía parecer un tonto que no había fumado nunca.
Bajamos al parque. Juan Sebastián armó el porro en un cigarrillo malrboro desocupado, con filtro. ¿Quiere?, me preguntó. Claro, de donde yo vengo fumamos todos los días, je, le dije.
Nos fumamos ese cigarrillo. Fue suficiente para que los tres tuviéramos una cara de pastel y nos paseáramos por el parque como si estuviéramos en una película, como si pesáramos mucho menos, como si tuiviéramos que pilotearla porque pasaba alguien por ahí. Subimos de nuevo al apartamento. Nos sirvieron ajiaco. Jajaja. Jajaja. Jajaja. Todo era muy, muy gracioso. Juan Sebastián hacía caras. Yo me reía. Y José estaba muy preocupado de estar en su propia casa, trabado, con su madrasta, su papá y la visita, una pareja de amigos del papá. sonó el teléfono, era mi mamá.
- ¿Cómo estás hijo?
- Muy bien madre, ajajaja.
- ¿De qué te ríes?
- De nada madre, jajajaja
- ¿Te vas a quedar allá?
- Sí, jaja
- ¿Estás bien?
- Sí madre, estoy bien.
Esa semana se acabó el colegio. Viernes en la casa de Jose.
- ¿Le puede sacar otro poquito a su papá?
- Yo creo, espere.
Otro porro, jajaja. Al día siguiente concierto de Aterciopelados y Soda Stereo. Otro porro.
Jajaja.
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